Arbol caído, árbol roto
por mil tempestades que azotaron tu vida, ¿Qué haces aquí perdido?
Yo te miro y adivino que vienes de tierras lejanas. Allí, en tus
paisajes, en tus cielos de un oscuro profundo y definitivo, eras el
rey. Allí, para ti, no había vientos ni lluvias capaces de herir el
orgullo de ser dueño de tu propia vida. Eras, fuerza, poder y
repartías, generoso, sombras inmensas, definitivas, sombras que
daban cobijo a todos los que esperaban lluvias, que hartos de aquel
sol cruel y agotador, agradecían el cobijo de los atardeceres que tu
les dabas.
¿Cómo se te ocurrió
evadirte a tierras extrañas? ¿Fuiste tu quíen, nostálgico de
nuevos horizontes decidiste abandonar a los tuyos? ¿o fue una mano
cruel que solo por el placer de matar hincó su hacha en tus
entrañas y, miserable, te lanzó al vértigo de un horizonte
desconocido?
Allí, en tus dominios
eras alguien, eras alto, poderoso y te dejabas acariciar por los
vientos de poniente. Aquí, en tierras extrañas no eres nadie, no
eres nada. Peor aun, eres la inmensa soledad, el inmenso silencio que
los dias, los meses, los años y los calores tórridos del verano y
los cuchillos crueles del invierno, van carcomiendo los últimos
despojos de tu dignidad perdida.
Amigo árbol,
abandonado y definitivamente derrotado; si por uno de aquellos azares
de la vida te quedasen todavia resquicios de tu aliento reseco,
aprovéchalos para gritar con toda la fuerza de que seas capaz a
todos los que todavia estan en sus mundos, que no hay otro pais mejor
que aquel donde nacieron. Allí, como tu, pueden, quizás un dia, ser
reyes. En tierras lejanas, nadie, nada, soledad que se pudre con el
viento...
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