Yo
vivía tranquila...relativamente tranquila. No me faltaba nada.
Tampoco me sobraba nada. Era virgen, una virgen comprimida entre
otras vírgenes (sesenta decía la cubierta del bloc donde vivíamos).
Así transcurrían nuestras largas horas de silencio. No conocía
otro mundo y por lo tanto no tenia ningún motivo de queja. Como
descubrí más tarde, todo el mundo tiene sus problemas y yo tenia
los míos de los que me fui haciendo consciente poquito a poco. Oía
unos rumores extraños, desagradables. Eran parecidos a un arrebato,
un viento violento que agarraba con furia una compañera con la que
habíamos compartido la paz y el silencio. De pronto desaparecía y
las que quedábamos jamás sabíamos de su paradero. El ruido, con
los días fue creciendo, lo que me hizo comprender que pronto
llegaría mi turno.
El
maestro (así oí que lo llamaba todo el mundo) con mano firme me
cogió y me crucificó sobre una plancha de madera y...y abusó de
mi. Lo que más quería yo, mi apreciada virginidad quedó rota para
siempre: Aquel odioso pincel vestido de un rojo
tan
intenso, que por unos momentos creí que se trataba de mi propia
sangre. No, no lo era, pero se parecía mucho. Después un azul
severo, casi monástico que impertinente se oponía al amarillo
grotesco insultante que le perseguía. El correr arriba y abajo por
mi cuerpo maltrecho con un vaivén de colores diversos me producía
sensaciones tan nuevas que me era difícil asimilar. No llegaba a
entender si era un placer añorado o un camino a ninguna parte.
Después, por fin, los colores suaves; azules turquesa, rosas
acogedores que me acompañaban y me producían serenidad. En medio
de aquel bullicio de caricias extrañas, casi había olvidado mi
virginidad.
Cuando
al maestro le pareció que el maquillaje ya era definitivo, me ligó
(seguramente para que no me escapara) a unos maderos que me hicieron
prisionera .
¡Quien
te ha visto y quién te ve! Me decía yo a mi misma con el espanto
metido en el cuerpo. ¿Qué dirán mis compañeras si me ven
disfrazada de colores? Jo les diré...de verdad, no sé lo que les
diré. ¿Que la vida es más alegre llena de colores? ¿Que es
mejor ser alguien importante que vegetar eternamente encajonada entre
las compañeras? ¿Que la vida al aire libre es más placentera?
¿Que la experiencia de una violación tampoco es tan grave como
imaginaba? Que...y así iba meditando cuando el maestro se me llevó
¡a una sala de exposiciones!
¡Qué
experiencia, compañeras si me escucháis! No había conocido nada
tan acogedor y a la vez tan sorprendente como una exposición. Bueno,
os lo voy a contar: A aquella madera en la que me encajonaron, le
clavaron un clavo y nos colgaron en una pared preciosa y llena de
luz. Al poco, de golpe empezó a entrar gente y más gente. Hablaban,
bebían, me miraban, unos distraídamente y otros con ojos
inquisitivos. ¡Qué vergüenza! Los unos comentando la riqueza de la
gama de mis colores y otros de la profundidad de mis sentimientos
(fue fascinante, ¡descubrir que tenia sentimientos!). No me quitaban
la vista de encima y yo, tímida por naturaleza, no podía controlar
los escalofríos que corrían por mi cuerpo. Tantas cosa me dijeron
que por fin comprendí que tenían razón: descubrí que ya no era
una más entre las hojas del bloc, no, yo era algo más, muchísimo
más: era la admiración de propios y extraños. ¡Estaba asistiendo al
nacimiento de mi futuro!
El
tiempo transcurría cubierto de emociones y los clamores de los
primeros días se fueron calmando poquito a poco. Tuve tiempo de
pensar, meditar seriamente sobre mi vida, de donde venía y a lo que
había llegado. Llegué a una conclusión: si, tal vez algún día
tengo ocasión de encontrar de nuevo a mis compañeras, les diré que
más vale vivir desvirgada en un mundo loco que enclaustrada en un
bloc entre compañeras sosas...i vírgenes!