El
semáforo
Sonó
el despertador y su intuición fue la primera que se despertó: “hoy
si, hoy la tengo que ver. ¡Hace ya tantos días que no está al
otro lado de la calle!”.
Como
cada día se levanta deprisa, cumple religiosamente su liturgia
diaria de hacerse presentable, toma su café con leche bien caliente
y sale de su rincón de soltero con la misma precipitación de
siempre y también, como siempre, con el corazón batiéndole como un
tambor anunciando guerra.
Sus
nervios a flor de piel no los provoca la rutina diaria de ir al
trabajo, no. Años lleva ya de los hábitos diarios de una oficina
triste llena de colegas tristes y haciendo un trabajo monótono…y
triste.
Antes
de cruzar la calle siempre espera que el semáforo se ponga rojo.
Esto le da ocasión para esperar si, como otras veces, ella, la de
los ojos azules, la de la melena al aire como soñando esperanzas…
ella, la de la mirada alegre esta allí, al otro lado a
punto de cruzarse con él cuando el verde así lo disponga.
Por
fin!, por fin ella esta allí, enfrente suyo! Esta vez como las
otras, sus miradas se cruzan con un silencio de voces profundas.
El
semáforo se pone verde. El se dispone a cruzar . Ella se
dispone a cruzar. Ahora a mitad del camino él, tímido
hasta morir, comprende que tiene que decirle algo. Más que eso; es
imperioso decirle algo. ¡Hoy o nunca le dice su tambor (corazón)!.
Y no puede o no sabe o ambas cosas.
Con
todo su deseo concentrado de años de necesitar
amor, se lanza sobre ella y le da un beso tan lleno de pasión como
de ternura.
Ella,
horrorizada, de momento no sabe como reaccionar. Pasan unos segundos
(siglos para él) y sin pensárselo dos veces ella la da un bofetón
en plena cara.
Es
un bofetón, si, pero tan lleno de cariño... tan suave...tan
acogedor...
Y
fueron felices y ……
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